What About Snarky Puppy?

Por: Estefanía Romero

El Teatro Metropolitan recibió a una de las bandas más famosas del jazz actual en sus escenarios. Tuve la fortuna de platicar una vez más con Michael League, el creador, director y multiinstrumentista de Snarky Puppy, quien me platicó una serie de generalidades sobre el presente y el futuro de la banda. Podrán leer aquí la entrevista exclusiva, que complementa de alguna manera los highlights del concierto que les presento en adelante.

Michael League en concierto con Snarky Puppy, Teatro Metropolitan.

Mi historia de amor con esta banda comenzó en el 2013, cuando tropecé con una canción que me dejó sin aliento por su estructura, matices, por el virtuosismo de su cantante y por el coolness de la atmósfera sónica que palpitaba en cada progresión. Se trató de “Something”, de Lala Hathaway, quien la compuso para el álbum Family Dinner – Volume 1, de Snarky Puppy. Como comentó Michael, cada cantante es también la compositora de las canciones de este disco y la banda sólo se ocupa de arreglar las piezas de manera que el sonido de cada instrumento sea explotado de la mejor manera posible.

Este diciembre, cuatro años después, veo a Snarky Puppy en vivo y me vienen a la mente muchos disparos sensitivos. Por una parte noto la rigurosa genialidad de cada uno de sus integrantes. Yo, en lo particular, admiro con agudeza la profundidad musical de Bill Laurance y creo que es imposible conocer todas las fotografías que integran a este ensamble en un sólo concierto. De hecho, los invito a buscar los proyectos solistas de Laurance y de Cory Henry, son fantásticos. Debo admitir que por ello me desanima un poco escribir sobre un micromomento en la vida de 15 años que llevan estos jóvenes virtuosos en los ojos del mundo como banda: no es definitorio, pero es una arista interesante.

Bill Laurence en concierto, con Snarky Puppy, Teatro Metropolitan.

El concierto comenzó con sonidos meditativos, una mezcla de soul y R&B nos invitó a la fiesta: el feeling de la trompeta abrazó a los sintetizadores del piano. Esto se conectó hacia una segunda pieza de jazz fusión que tuvo como corazón el solo de un sax. Acto seguido el bajo comenzó un juego sonoro tipo laud gracias al sintetizador. La guitarra se integró con un boogie y las percusiones pintaron un lienzo rítmico. Cabe mencionar que, sin importar las variaciones de la improvisación, siempre comienzan y terminan cada tema con la melodía principal. Tal como se utiliza en el bebop clásico.

Más adelante nos conectamos con estructuras rítmicas africanas contrapunteadas, más jazz fusión y tonos psicodélicos. Me atrevo a pensar que es ese roce de psicodelia el que suaviza la incorporación del jazz a los oídos de una generación nueva interesada en la música compleja. Yo no sabía qué tipo de nicho iría a escuchar a Snarky Puppy, pero me topé con una ola de millennials emocionados y eso me conectó el corazón como pinchazo de heroína hacia la vertiginosa realidad: estoy orgullosa de mi generación, pues no toda está cerrada e idiotizada hacia lo que le imponen los medios.

Otro de mis favoritos en esta banda es Mike Maher, el trompetista. Su sonido es impecable, lúcido, brillante, inteligente, honesto y, sobre todo, tiene una identidad propia. El tercer tema que tocaron llevó la trompeta como protagonista en una escena donde los personajes clave fueron riffs repetitivos orquestados, con arreglos intercalados que consistían en progresiones que mantenían una evolución. Hubo un punto en el que la batería y el bajo quedaron solos, como dos niños que juegan en el patio. Volvió la percusión, se acercó la batería, entró el piano de Laurance. Se condensaron todos para preparar la bomba. El saxofón y la trompeta lograron la detonación final.

Algo que agradezco y encuentro fascinante de Snarky Puppy es que tocan sin miedo. Más aún, interpretan con toda la fuerza que tienen, imprimen su alma en cada instrumento. Parece una obviedad, pero muchos músicos omiten este ángulo tan importante que requiere la necesidad de conectar con la música y con su audiencia.

En adelante ejecutaron una canción de Marcelo Wolosky, el percusionista. Lazos de ritmos y una audiencia –arrítmica- dispuesta a aplaudir marcaron el (des)orden de esta pieza.

Me pareció dramática la falta de preparación y/o herramientas, en relación a sus ingenieros de sonido, quienes fallaron en más de la mitad del concierto, sobre todo a las percusiones y a la batería; las cuales, en su propio dueto, se lograron escuchar bien hacia el último minuto de varios echados a perder. La gravedad de esto es que cuando logró sonar la batería, sus platillos emanaban una sustancia pastosa y el bombo salpicaba un golpeteo seco y corriente. Sin embargo, este problema se hizo evidente cada vez que se logró una plétora de toda la banda: en cada climax el sonido se distorsionaba tanto que la pureza y el encanto del Snarky Puppy que se esperaban, perdían su esencia emotiva.

En general, se pudo identificar un motivo constante: sus solos se dan siempre en dueto. En varios momentos se salía la banda para dejar juntos a algún par de instrumentos, pero nunca realmente quedó alguno solo. Característica interesante del ensamble.

Cuando tocaron “Tío Macaco”, fue evidente su semejanza con el “Elephant Walk” de Henry Mancini, lo cual, visto desde esa perspectiva, te hace comprender la familiaridad obvia que se tendría hacia la fracción melódica principal del tema. Lo innovador aquí fue la flauta de Chris Bullock se coló hasta vertirse en un solo fantástico. La magia de esta pieza fue la mezcla de ritmos africanos con mantas de música clásica por encima de ellos. Incluyeron muchos experimentos de latin jazz que apenas se apreciaron, de nuevo, por culpa del sonidista. Me da la impresión de que Wolosky lleva impregnado un buen tanto de la escuela de Airto Moreira: es encantador y dificilísimo ver a alguien que no es latino haciendo samba con todas las habilidades técnicas y creativas que esta requiere.

Tomaron así varios de sus temas conocidos, conectándolos, saltando entre ellos e improvisaciones.

Silvana Estrada fue invitada a interpretar una canción que ella misma compuso. Es una cantante mexicana muy rítmica, afinada, el vuelo de su voz se enlaza entre el son jarocho y cantos africanos. La audiencia estuvo fascinada con ella. Yo opino que lo hizo muy bien, pero que sólo hizo lo suficiente. Tal vez el tiempo le dé un molde más preciso hacia su identidad personal, aunque es innegable que lleva paso firme y preciso, eso merece reconocimiento.

El concierto cerró con “Shofukan” y con el público coreando la frase principal del tema.

Hay mucho que aprender de los músicos jóvenes y creo que Michael League es gran ejemplo de lo que se puede lograr si mantienes la mira sobre un trabajo honesto y constante. Es un orgullo haber recibido a Snarky Puppy en México y espero que pronto sean conocidos por más personas en nuestro país para que, al menos, se enfrenten a una oferta musical que reta las maneras de comprender el sonido, en contraste a lo que la industria musical nos ha puesto de frente casi a manera de sumisión.