Un concierto de gala o cómo convertir al arte en objeto: Philip Glass en México

Por: Miguel Almaguer
Foto: Alfred II Jean Rosa

Faltaba hora y media para el comienzo del concierto y la prensa ya estaba reunida esperando su acceso. Algunos de los que estábamos en esa espera y que, además de ir a cubrir un evento para un medio, realmente tenemos interés por la cultura, comenzamos a platicar y comentar sobre nuestras expectativas. En ese momento, al decir que soy músico en mi día a día, se me enuncia una pregunta que, es curioso, días antes también ya rondaba mi cabeza: ¿Cuál es la relevancia actual de Philip Glass? Esta se respondió sola con el desenvolvimiento de la noche, dejando muy patente también algo sobre la relevancia de la sociedad que asistió.

La gala era evidente, los boletos costosos. Hay que recordar que no se trató del precio normal de un concierto público, sino de uno diseñado para apoyar a uno de los más grandes e importantes museos del mundo.

El concierto abrió con una ejecución de la Metamorphosis No. 2, interpretada por el propio Glass; a grandes rasgos podríamos decir que la interpretación fue descuidada y hasta errática. Para quienes escucharon las grabaciones de la obra y esperaban oír esa pieza, de seguro la sorpresa fue muy grande, aunque seguro para la mayoría de los presentes no había referencia alguna, y sólo pasó como una pieza tocada al piano por el famoso que iban a ver. Para mí representó un gran ejemplo de otro dilema artístico constante en mi mente: La oportunidad del artista de recrear su obra en este mundo de versiones definitivas. Principalmente hubo una sustitución armónica que alteraba la progresión natural de la obra y afectaba de repente la visión común que podemos tener del minimalismo, especialmente el severo de Glass. Los rubati y cambios constantes de tempo, aunque ayudaban al pianista a solventar las dificultades técnicas de la obra, también establecían la visión del autor para sus obras para piano, una libertad lírica y personal.

Más tarde esa noche, uno de los asistentes más versados comentaría que no le habían gustado las interpretaciones, que para él el minimalismo debía ser más cuadrado. No obstante, Glass impuso sus reglas: el desafío de entregarse a recursos improvisados lo largo de sus interpretaciones para piano. Hay que recordar que Glass se vuelve popular en los círculos intelectuales Neoyorkinos, aun antes de su primer opera Einstein on the Beach, por las ejecuciones de su banda en recintos underground; es decir, se hace de una inercia popular que justifica su estatus de élite artística.

Posterior a esto, la innovación musical de Glass se colocó en todos lados: películas de arte, películas comerciales, televisión, incluso compuso algunos segmentos educativos para Plaza Sésamo. Se convirtió así en el artista musical clásico más influyente de la segunda mitad del siglo XX, afectando a autores de todas las índoles, no sólo en las salas de conciertos, sino en la publicidad, en la música pop y, de manera indeleble, en el cine.

¿Cómo se continúa una carrera después de haber creado un cambio radical en la cultura universal? ¿Cómo te sales de una inercia social general que tú mismo creaste? Tal vez es imposible. El resto del concierto fue interpretado por una ronda de cuatro jóvenes pianistas que han trabajado con Glass en años recientes. De variadas destrezas y también con resultados variopintos en sus ejecuciones. El primero de ellos fue Aaron Diehl, con los Estudios para piano 3, 4 y 14.

Diehl, apreciado en el mundo del jazz, pudo haber aportado mucho en estas obras que dejan entrever las aproximaciones americanistas del autor; sin embargo, su ejecución se caracterizó por la poca visión de las frases, con un sonido en extremo limpio y cauteloso, sobre todo en el área rítmica, lo cual ahogó sus posibilidades interpretativas. Luego continuó con los Estudios 11, 12 y 13, la pianista Maki Namekawa. Además de escoger obras mucho más luminosas por su virtuosismo, logró dotar a sus interpretaciones de mayor musicalidad y sentido frente a frases elongadas y juegos rítmicos que abordó con soltura y verdadera diversión latente.

Cabe menciona que el instrumento tenía severos problemas en su sonorización, dando problemas a todos los ejecutantes con agudos muy disparados dinámicamente. Namekawa, para su segunda pieza parecía haber logrado solventar este problema pero, para el tercer estudio que interpretó, fue evidente que el instrumento era difícil de dominar y seguiría presentándose así el resto de la noche.

Continuó la interpretación de Estudios 7, 8 y 14, a cargo de Jenny Lin, mucho más oscura por su forma dramática, lo cual creó un contraste brillante para la estructura del concierto, pero la puso en posición de no ser tan apreciada por el público. Así, su ejecución fue adecuada, el tercero tuvo la máxima fuerza posible en la obra, dando un especial cierre a su sección.

Por ultimo apareció el reconocido pianista y compositor Timo Andres; siempre es interesante ver la ejecución de música contemporánea por parte de un creador de la misma, en este caso, Andres optó por un acercamiento a las obras totalmente contrario al de Diehl, con un legattisimo constante y un pedal generoso, que nos daba líneas casi indistinguibles, lo cual casi mató al Estudio 19, pero le favoreció en grande al 20.

Desde el inicio del concierto y con la presentación de bienvenida (gracias, gracias por hacerla breve) del Presidente del Patronato del MNA Marcos Fastlicht Sackle, se daba mucho énfasis en el orgullo de tener un evento de talla internacional como el que estaba por presenciarse en la ciudad de México. Enfatizó la posición y perspectiva tercermundista que tenemos que cargar aún en una de las ciudades más grandes del mundo y definitiva potencia como capital cultural.

En el currículo impreso para esta misma ocasión se destacan los encargos próximos a estrenarse del Sr. Glass en Madrid, Tokio y NY; sin embargo, la ciudad de México se siente poco merecedora de estas expresiones, tal vez no como algo habitual, pero al menos sí normal. Avanzando en este pensamiento sería bueno cuestionarse cuándo se considerará tener un evento de clase mundial con alguno de nuestros compositores nacionales y además que, como NY, ciudad de México cuente con su propia brillante estrella para presentarla en una ostentosa noche de gala.

Para cerrar el programa volvió al banquillo Phillip Glass, con una versión de Mad Rush, igual de desconcentrada que su primera ejecución. Esto me hace asumir que se aplaudió al artista, al compositor, no a su breve momento frente al teclado. Cabe mencionar la producción “hecha por Televisa”, que utilizó una y otra vez la voz de un narrador semejante al de cualquier concurso de televisión. Esta hizo énfasis en la “elegancia” y “belleza” de la música clásica que estábamos por escuchar, influenciando así al numeroso público que estaba ahí por participar del evento a beneficio.

Creo que muchos que trabajamos en la música clásica nos sentiríamos muy complacidos de este nivel de publicidad y producción; excepto porque genera desinformación, al dotar a la música (sobre todo a la contemporánea) de atributos superficiales como la elegancia, y de despojarla de su más profundo sentido: el arte. Es así que un compositor trascendental que trastocó al mundo se convierte en pieza central del elitismo de una sociedad preocupada por las apariencias y que cubre su propia discriminación con adjetivos rimbombantes.

Cabe decir que el evento fue un éxito según sus propias expectativas, con un lleno total que cumplió la función de recaudar fondos para el museo. No obstante, a mí me queda la espina de si el arte como pretexto no se ve desvalorizado de esta manera, manteniéndolo como un objeto ante una sociedad, de la que también necesitaríamos su apoyo, si esta pudiera verlo como algo más que eso. Asimismo, llega la interrogante de si no sería mejor cumplir con las buenas intenciones alrededor de buenas acciones; es decir, balancear fondo y forma.

Supongo que un museo aunque sea de antropología, tiene finalmente como misión la debida valoración de la cultura y, si no, la de cumplir ese cometido hacia el pasado es poder hacerlo con el presente. Finalmente, nada en ese recinto esa noche era sólo un objeto, ni el publico, ni la sombrilla, ni la misión, y mucho menos el arte.