De: Estefanía Romero 

Necesito que alguien me explique cómo funciona el jazz en la industria cultural, porque estoy enloqueciendo y hasta ahora sólo tengo pruebas empíricas para hacerme alguna noción de lo que sucede al respecto en México. Aquí les presento un poquito de teoría para después platicarles sobre un jueves muy interesante que tuve: primero asistí a un concierto de jazz en el metro San Lázaro y después a otro en el Zinco Jazz Club.

Adorno y Horkheimer, a través del texto de Abad, consideran que la industria cultural es un sistema productivo donde se convoca un principio de abstracción unitaria, que afectará al momento ideológico que se explica en la categoría de consumo y que parte de la uniformidad de los propios medios técnicos; consecuentemente, esa unidad se afianza cada vez más. En el contexto del jazz en México, este se mueve dentro de un sistema productivo (y no sé hasta qué punto realmente comercial), lo cual viene a deformar las características (afecta sus principios y su degenera su ideología inicial) del género, para convertirlo en un producto más, que se afianza de manera progresiva: “La posibilidad cultural se tergiversa y mistifica” (2003, p. 81); es decir, se reconstruye o modifica la realidad. Esto me lleva a la gran pregunta:

¿En qué momento una música (el jazz) tocada por las clases bajas en Estados Unidos llegó a convertirse música de élite por todo el mundo?

El problema es que no sólo cambió su esencia, sino que aun así la mayoría de los músicos de jazz no son realmente pagados. Me decía en algún punto Adolfo Álvarez, ex percusionista de Orbis Tertius, que quizás esta banda de jazz en los 60 había sido la primera en recibir en el mundo algún tipo de sueldo y prestaciones. Hasta ahora no sé si exista otra banda que viva del mismo modo.

Adorno y Horkheimer utilizan la noción de masa como un principio esencial de mistificación, y como un principio dinámico de consumo. Las masas tienen lo que quieren y reclaman obstinadamente a ideología mediante la cual se les esclaviza (p. 83).

¿Un ejemplo? En Monterrey (la meca del capitalismo en México) asistí durante años a conciertos de jazz en bares y museos, a los que por mucho llegaban 30 personas,  y 15 de ellos eran músicos o familiares. No les voy a mentir, fui a eventos de 20 pesos por entrada, que en otros lados del mundo hubieran cobrado arriba de mil. En fin, ¿conocen a Ludovic Bource? Si vieron la película The Artist, escucharon la música que él compone, ¡magnifica, por cierto! Bource presentó un concierto en Monterrey, en el Auditorio Luis Elizondo, hace unos dos o tres años. El evento costó $800 por persona. ¿Quiénes fueron? Puro cadaver sanpetrino (señoras ricachonas de Monterrey y sus maridos) y yo. Mis amigos no fueron porque o no les interesaba o porque lo consideraron carísimo. ¿Cómo estuvo el concierto? Digamos que las canciones no duraban más de cinco minutos, imagino que para no aturdir a un público acostumbrado a ese tipo de espectáculos de música masticada. Recuerdo que en algún momento grité y una luciérnaga de plástico (señora operada) volteó a verme con cara de fuchi. Yo ni siquiera entendí por qué no estaban bailando.

En otras palabras, lo que sucedió fue la representación de “una oligarquía informadora convertida en élite y una muchedumbre indiferenciada de receptores, convertida en masa” (Pasquali, 1970, p. 41). Es decir, esa élite (quien fuese que en algún momento decidió que el jazz era para los ricos) controla el contenido, y la audiencia (por muy pensante que sea) termina por caer bajo su dominio. En este sentido, el término de cultura de masas se identifica con la misma definición que industria cultural.

Hablo de todo esto porque el jueves pasado tuve un día increíble que necesito relacionar con la información anterior. Mis queridos amigos de Sistema Sonar, trío xalapeño de jazz fusión, me contaron que estaban en la ciudad y tocarían en el metro San Lázaro. Me emocioné porque lo primero que se me vino a la mente fue: ¡música bien hecha en el Metro! Me acordé de un amiguito compositor que casi mata a un pobre invidente por cantar feo en el metro. No es que defienda sus manías, las de mi amiguito, pero tiene razón, ¿por qué en el metro de París hay música bella y aquí hay viejitas gritando? En fin, fui a verlos y me encantó ver gente de todo tipo acercarse a aplaudirles, aquí no había barrera ni de edad ni de clases sociales, ¡y así debe funcionar la música! Si tú le enseñas jazz a un niño, ¡le va a gustar!

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Sistema Sonar tocando en el Metro San Lázaro. Febrero, 2016.

 

En fin, después del metro San Lázaro y las selfis respectivas, corrí al Zinco Jazz Club, un bar reconocido como el templo del jazz en México. Este también me da qué pensar, pues mis amigos que aman el jazz muchas veces no tienen dinero para pagar una entrada de $200, y se quejan de que el jazz pertenece a los snobs… Pero yo voy más allá y al reconocer el nivel de la música que presentan en el Zinco, creo que deberían cobrar quizás más, ¡los músicos también comen! Además, la acústica del lugar y sus propuestas musicales son, en verdad, de un valor impresionante.

No sé exactamente cómo demonios lo vamos a lograr, pero México necesita equilibrar ese doble estándar entre consumir calidad y querer hacerlo gratis… y entre adquirir mierda y pagar mucho dinero por ello, sin estar necesariamente consientes (con esto no quiero decir que todo lo que no es jazz es mierda, pero vamos, cualquier género tiene algo bien hecho). Para empezar, necesitamos ir a conciertos que realmente valgan la pena, quitarnos la etiqueta de que si una canción dura cinco minutos ya no me aburre y enseñarle a la gente a escuchar, ¿por qué? Porque la música compleja como el jazz o la música clásica… o la música de Queen (etc.), te permite acceder a un procesamiento más elaborado de tu comprensión hacia cualquier tema cosa, llamémosle gimnasia cerebral. Entonces, ¿qué sucede cuando una sociedad comienza a pensar? La dejan de manipular, se rompen la industria cultural y el consumo de masas, porque se destruye ese pensamiento colectivo que uniforma a los seres humanos, que les quita su individualismo y la capacidad de cuestionar su entorno, su forma de vida, y la manera en que puede acceder a la felicidad.

En fin, en el Zinco escuché aquella noche a Cuarteto Solar, una maravilla de ensamble: piano, contrabajo, violín y batería. Me fascinó porque además de tener composiciones originales, son en verdad alucinantes, sonidos nuevos, estructuras nuevas… No puedo describirlo, me encantó que el violín utilizó distorsiones psicodélicas en un contexto de jazz, ¿cómo explicarles que esta banda logra retorcer tus emociones a través del sonido?

 

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Cuarteto Solar en el Zinco Jazz Club. De izquierda a derecha: Luis Andrés Tovar Gómez, Paulo Sergio Tovar Gómez, Pako HIdalgo. Febrero, 2016.

 

Solar está a punto de sacar su nuevo disco, producido por Orson Ramírez. Adalberto de Jesús, el pianista y compositor de la banda, me decía al final del show que es muy difícil presentarle ese tipo de proyectos al público, pero le grité que ¡eso es lo que el mundo necesita!

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Adalberto de Jesus Tovar Gómez, con Cuarteto Solar, en el Zinco Jazz Club. Febrero, 2016.

 

Los invito a escuchar a Sistema Sonar y a Cuarteto Solar. Son ambos una maravilla y al mundo le urge centrarse más en cosas bellas que en su catástrofe cotidiana.