Jazz… ¿Queremos arte o plástico?

Comenzaré por expresar uno de los temas que más le dan sentido a mi existencia estos días y en el cual insisto una y otra vez: la idea de sensibilizar al mundo a través de la música; la cual, por lo visto, se está volviendo una especie de consciencia horizontal, pues escucho a músicos de jazz, de rock, y de otras músicas populares hablar de lo mismo; eso me da un poco de ilusión. Si bien el músico tiende a estar inmerso en la abstracción que su profesión le impone y a diluirse dentro de sí misma, existen exponentes del jazz que en estos días hacen un esfuerzo extra por generar una cultura de la música de alto nivel. Desconozco los fines específicos de cada uno de esos jazzistas mexicanos, pero al haber platicado con algunos, puedo reconocer que se pretende un mundo en el que los músicos de jazz sean mejor pagados, reconocidos por su labor y que, así como ellos se exponen, la sociedad se vea retribuida por tener acceso a una música, que aunque lleva ya varios años de estar tachada como incomprensible, presuntuosa, elitista o hasta pretenciosa, se trata en realidad de un producto que entre mejor elaborado más ayuda a las personas a desarrollar sus capacidades cognitivas y, por lo tanto (espero con toda mi alma), eso derivará en una cultura que tienda a cuestionar su entorno. ¡Claro! Sueno a utopía, pero, ¿qué tan lejos puedo estar de la realidad? Si usted lo sabe, por favor dígame.

Más allá de cualquier cosa, sospecho que la principal limitante del arte es el capitalismo y sus sistemas de control mediático, los cuales tienden a ofrecer productos de baja o mala calidad, a lo cual están tan acostumbradas las masas, que a veces les es imposible reconocerlo o cuestionarlo. El gran eje es darle un lugar al jazz, sin que este se transforme en un producto cultural de baja o mala calidad, si no se estaría haciendo justamente lo contrario, popularizar al jazz no debe ser bajarlo a un formato pop, no es quitarle ritmos para hacerlo “escuchable” (a los niños les encanta el bebop, por ejemplo, ¡los he visto!), no es acercarlo a las fórmulas que el público acostumbra, es lo que ha sido desde su origen: crear, proponer y exponer. Esa exposición sólo se logra con apoyos de gobiernos o de empresas privadas porque es el mundo (y mucho, el país) en el que nos tocó respirar. Pero, ¿qué pasa cuando hay que convencer a esos dioses de la decantación del entretenimiento para que se logre tal exposición? O darles lo que quieren escuchar (¿La chica de Ipanema otra vez?), o demostrarles que el jazz no es un pedazo de plástico, sino un arte que debe enaltecerse por sí mismo y que, una vez llevado a las masas, ellas decidirán si les gusta o no. Sigo sonando a utopía, pero como decía mi amado Galeano, “la utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”.

En fin, vamos al grano: El concierto que dio la Orquesta Nacional de Jazz en México, para celebrar su primer año de vida y el Día internacional del Jazz, me dejó con muchas dudas, sobre todo por el impacto que lleva su nombre y porque ya desde su inicio se proclamaron como la primera gran orquesta que cambiará la visión del jazz en México.IMG_0063.JPG

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De entrada, me gustó mucho el discurso que se sostuvo durante todo el evento: Que el jazz es una actividad artística que evoluciona, que atraviesa varias culturas, que representa valores como la tolerancia, la libertad, el intercambio de ideas; que, como dijo Gerry López, “la música cambia de ideas”, ¡y sí! Sobre todo el jazz… nunca se detiene, es la gran maquinaria de la creación en el horizonte de la música moderna. Conocemos a Thelonius Monk porque sólo existe uno, así como sólo hay un Coltrane, una Vaughan, un Wayne Shorter, un Charlie Parker. ¿Qué tienen en común? Que sólo ellos se escuchan así. Por lo tanto, una de las premisas del jazz es la originalidad y sin ella… pues no hay jazz, ¿no?

Más avanzado el evento, la representante de la UNESCO en México citó a Martin Luther King, al reconocer que el jazz es un espacio para ejercer la libertad de expresión, para promover el diálogo entre las culturas, y que sostiene por lo alto los derechos humanos, la dignidad humana y la paz. ¡Una maravilla!

Pero, ¿qué es lo que pasa cuando las acciones se superponen a la teoría? Si enaltecer el jazz implica hacer jazz en efecto, dando paso a la novedad y generando un espacio para que el público lo conozca, ¿por qué no se utilizan las mejores herramientas para hacerlo? De entrada, la acústica del concierto fue lamentable, algo sucedía que los sonidos nunca lograron el engranaje orgánico que debe dibujar una orquesta. Algunos instrumentos se escuchaban, otros no. Es claro y en definitiva reconozco que hacer funcionar a varios músicos es una tarea difícil, y noto el esfuerzo de la ONJM, pero es importante hacerle honor al nombre y a los objetivos de su causa.

El concierto abrió con un standard de Bobby Hutchserson, lo cual me emocionó, pues según mi experiencia es raro que utilicen su obra y, en lo personal, me parece magnífica. El concierto cerró con Manteca, lo cual consideré también muy acertado; sin embargo creo que existió muy poca flexibilidad a lo largo de toda la presentación. Nunca noté la elasticidad que debe vibrar en el estómago de un concierto de jazz, ya por cuestiones rítmicas (lo único que se escuchó diferente fue Manteca), ya por los limitados espacios para la improvisación, y porque se pudieron haber explotado muchísimo cada uno de los instrumentos. Me hubiera fascinado ver un arranque en el que alguno de los músicos metiera un huracán de samba, un tumbao galáctico… ¡No sé! En su lugar, noté caídas en demasiados lugares comunes, el solo de smooth jazz de la saxofonista fue el epítome de esta noción monocromática que me comencé a formar desde el inicio del concierto.

Me encantó la labor del pianista, hasta que cierto músico que me topé en el concierto me comentó que aquel había mezclado muchos fragmentos de Debussy, lo cual yo no noté, pero se me hizo muy lógica la familiaridad. La cuestión aquí me derrota y me desgasta porque por un lado creo viable la reproducción de lo que hacen tus ídolos, a manera de homenaje, pero me urge la existencia de la originalidad, ¿en serio planeamos vivir replicando lo que hicieron los genios? Lo mío lo mío es la literatura, y amo a Dostoyevski, pero no por eso voy a escribir “Las memorias del sótano”.

Este concierto tuvo lindas transiciones y buenos arreglos, pero la monotonía y los problemas de acústica y modulación limitaron mucho las posibilidades del momento. Se pudo ver que todos los músicos, a pesar de las limitantes del lugar y de la estructura del concierto, demostraron talento, estudio y habilidad, pero, al menos yo, sí me quedé con las ganas de un Manteca con todo el punch que una orquesta puede ofrecer. Creo que lo mejor fue la trompeta; si bien está súper difícil alcanzar un Arturo Sandoval, aquí no lo hicieron tan mal.

Otro detalle, la parte terrorífica del concierto, fue el intento doloroso de compaginar artes entre sí: Dos pintores al fondo del escenario haciendo ruido de imágenes, embadurnando una superficie sin mensaje ni sentido, crearon algo que no cuesta más de lo que valía un litro de sus botes de pintura. Lo que más me preocupa de este acto es facilitar una vez más a las audiencias la noción del jazz como herramienta de pretenciosos. Por supuesto que sé que un arte puede inspirar a otra, pero lo que sucedió aquel día fue una ofensa al público que conoce y al que desconoce lo que fue a consumir. Es muy importante identificar diferencia entre el arte y el plástico, entre lo hermoso y lo que quiere ser vendido. Lo hermoso trasciende, el plástico… pues hay mucho.

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Han existido pocos intentos por analizar la globalización como un fenómeno que impulsó la difusión de distintos géneros musicales a lo largo del globo. El jazz es un ejemplo interesante ya que ha logrado llevarse a otros lugares fuera de su cuna, y cuya peculiaridad es que tal difusión se debe más a la pasión que logra generar en quienes lo producen y lo consumen, que a los medios de información que han sido apoyados por la cultura de masas (como fenómeno propio de la globalización), y es por esto que, ahora que comienza a darse por fin un interés mediático (aunque mínimo, pues somos pocos los que documentamos esta escena del jazz en nuestro país) hacia el género, hay que darle su lugar, pero nunca con condescendencia. Yo admiro la labor de Gerry López, es un gran músico, un maestro fuerte; es también alguien a quien puedo aplaudir por su intento de llevar la voz de este género por encima de los estándares culturales del país; sin embargo, y como le comenté al maestro López tras el concierto, en verdad espero que la ONJM tenga muchos más y mejores conciertos; y por supuesto, encuentro magnífico que mantengan su discurso de hacer de esta música una herramienta social para la paz, pero nunca perdiendo la esencia misma del jazz, que es la creación, la originalidad. El peso del jazz es tremendo y hay que hacerle honor.

Si no pensamos así, ¿qué nos queda? ¿plástico?