Hoy me tomé la libertad de ver y escuchar videos de artistas independientes que hacen presentaciones callejeras en lugares del mundo al azar, me topé con esta cantante maravillosa y desconocida.
Si observas este video con detenimiento verás un público por completo indiferente a una gran artista.
Pero, ¿qué pasaría si se anunciara La Traviata? Entraría el desfile de cadáveres: los urgidos de demostrar que tienen “tantísima cultura”.
He visto pasar lo mismo con conciertos carísimos de jazz, que no representan el realidad al género, y que sólo cuestan la etiqueta de “conocedor”. Hace unos años me regalaron una entrada a un concierto en Monterrey, de Ludovic Bource, reconocido por haber compuesto el Soundtrack para The Artist. Fui sola, en parte porque en ese tiempo yo no conocía a alguien interesado realmente en el jazz y también porque la entrada estaba en un precio cercano a los mil pesos.
¿Qué sucedió? El Auditorio Luis Elizondo se colmó de gente de edad avanzada, que evidenciaba con placer tener mucho dinero en el bolsillo. Las canciones de aquel concierto duraban como tres minutos, muy lindas, pero la improvisación fue prácticamente nula; los temas se cortaban de tajo como para no aburrir al público. En un momentito me emocioné, grité, y una señora copetuda me volteó a ver con asco.
Por otro lado, tantos y tantos espectáculos de música perfecta que he presenciado y por los que he pagado nada, o 30, o 60 o 100 pesos, en este país… Todo esto me lleva a varias preguntas: ¿Por qué no tenemos una cultura que le dé su lugar al artista? ¿Por qué nos quejamos por pagar algo que realmente impulsa nuestro desarrollo intelectual, cultural y creativo? ¿Por qué creemos que lo complejo es elitista? ¿Por qué si en otras épocas los artistas estaban de lado de los intelectuales, ahorita se cree que el arte es tarea de un perdedor?
Hasta hace una semana un amigo que admiro por su labor como médico, me preguntó: “Fanny, ¿apoco se estudia para la música?”. ¡Caput! Algo chiquito me explotó adentro del cráneo. Sí, queridos lectores, seré incisiva en esto: Ser músico implica estudiar toda una vida. El problema es que la televisión les ha enseñado que se nace con talento, cuando este en realidad de desarrolla o muere.
Mi intención con todo esto es exhortarlos a ser más atentos de su entorno, escuchar y admirar a esos seres tan maravillosos, capaces de crear. ¡Ojo! Capaces de crear, no de repetir. Bien decía Billie Holiday:
“Everyone’s got to be different. You can’t copy anybody and end up with anything, If you copy, it means you’re working without any real feeling. And without feeling, whatever you do amounts to nothing. No people in earth are alike, and it’s got to be that way in music or isn’t music.”(Holliday citada en Ritz, 2006, p. 52)
“Todos tienen que ser diferentes. No puedes copiar a nadie y terminar con algo, si copias, significa que estás trabajando sin sentimientos reales. Sin sentimiento, lo que hagas vale nada. Nadie en la Tierra es igual, y tiene que ser del mismo modo con la música, o no es música”. Esto a propósito de todos aquellos artistas que se repiten como figuritas de cerámica con el mismo molde, y que se compran por mayoreo; por esos sí nos podemos quejar a la hora de comprarlos.
Mis respetos a todos los amigos artistas que conozco, que dedican su vida a esta labor. Les aplaudo que a pesar de viento, marea, y una cultura de masas acostumbrada a consumir plástico, ustedes continúan buscando la belleza.
Bibliografía:
Ritz, David (2006). Lady Sings the Blues. Billie Holliday with William Dufty. Harlem Moon: Estados Unidos.