Por: Estefanía Romero
Porgy and Bess, de George Gershwin, es una ópera cantada por afroamericanos, cuya historia se desarrolla en una comunidad desolada y pobre de Charleston, Carolina del Sur. Se trata de una composición que rompió con la norma artística del músico blanco al frente de la puesta en escena y, con ello, acarreó una gran polémica social, pero también desafió la estética musical de su época.
Gershwin estaba muy adelantado a su época. En primer lugar porque, para inicios del siglo XX, mezclar el jazz con la música culta era considerado un acto degenerado; sin embargo, las fórmulas de su autor son ahora reconocidas como algunas de las grandes razones que llevaron al jazz a ser considerado un arte. Varios años después, en 1957, Gunther Schuller, uno de los discípulos favoritos de Leonard Bernstein, hablaría de esta mezcla entre jazz y música clásica como otro género, al que llamó “third stream”.
La obertura al primer acto de Porgy and Bess lleva xilófonos, flautas, trompetas, violines y triángulos, en una progresión rítmica que podrías escuchar en prácticamente el 90 por ciento de las bandas de rock progresivo y que, sin embargo, texturalmente, está ligada a un pasado impresionista, por el uso de instrumentos tintineantes; para ello, podemos recurrir al ejemplo comparable de La Danse Macabre y Le Carnaval des animaux de Camille Saint-Saëns.
Porgy and Bess es claramente una obra que sólo pudo ocurrir como resultado del modernismo. El elenco que formó parte en esta edición del Met es simplemente fantástico. No cabe duda de que los cantantes son unos profesionales y que entran en la talla establecida por Gershwin. Eso se nota desde que Golda Schultz abre con una espectacular presentación del “Summertime” original, cuyo tempo y feeling se han ido distorsionando entre tantas interpretaciones a lo largo de los años.
Lamentablemente, falló mucho la guía del director musical David Robertson, quien, si bien administró las ejecuciones “de manera adecuada”, no supo enfrentarse a los tintes jazzísticos de la obra, quitándole con ello parte de la identidad afroamericana que debería llevar esta ejecución desde su estómago. Algo de esto me hizo pensar en la orquesta de Jimmy Reese Europe, quien, a finales del siglo XIX, principios del XX, podía escuchar cómo los miembros afroamericanos de su orquesta se distinguían por improvisar sobre las obras escritas con sonidos ásperos, vibratos raros y exagerados, glissandi, portamentos, ciertos timbres y demás ornamentos que hoy son parte muy clara de la identidad del jazz.
Por suerte, Latonia Moore, encargada del papel de Serena, mostró su pasado jazzístico al inyectar desdobles muy claros de blues a las melodías operísticas. Les sugiero que escuchen su interpretación de “My Man is Gone”, para que sepan a qué me refiero.
Porgy and Bess es un universo basto de ritmos, juegos armónicos rarísimos y sumamente creativos; así como trazos de spirituals, bailes que percutes en el piso, blues, jazz, impresionismo e incluso algunos tintes de minimalismo, sumado a respiros de la escuela postromanticista austrohúngara, que fue muy popular en las primeras décadas de Hollywood.
Otro rasgo interesantísimo de la obra maestra de Gershwin es que ya podemos escuchar en ella el American Sound, años antes de las composiciones de Aaron Copland, las cuales le llevaron a ser considerado el creador de dicho estilo musical.
Además, es muy curioso y ciertamente emocionante escuchar el slang afroamericano como el esqueleto de una ópera; evidencia de cómo una obra de arte puede llevar consigo fuertes implicaciones y discursos sociales, artísticos y políticos.
Sobre la disrupción de la obra
Porgy and Bess se estrenó en el Carneggie Hall, en 1935, de manera privada, con sus originales cuatro horas de duración; y poco tiempo después se reconoció su debut abierto al público, con una hora y media recortada por Gershwin, en el Colonial Theatre de Boston.
Gershwin ya había sido juzgado profundamente desde 1924, cuando presentó su Raphsody in Blue, con la orquesta de Paul Whitman. Los críticos, las audiencias y los compositores en aquel entonces ardían de furia porque consideraban que Gershwin había contaminado la música clásica con todas esas impresiones jazzísticas que caracterizan sus composiciones.
Casi una década después, Gershwin se enfrenta a un contexto social que se rehúsa a aceptar Porgy and Bess como una “ópera de verdad”. Es hasta 1976 que la Houston Grand Opera le presenta como tal y le abre camino en Estados Unidos. Este dato es sumamente curioso si consideramos que la obra se estrenó en Bellas Artes en 1955 y hasta 1985 tuvo su debut en el Met.
Más allá, podemos encontrar una relación interesante entre Porgy and Bess y West Side Story (1957), el famoso musical de Leonard Bernstein, que llevó consigo la misma intención: formalizar el jazz, llevándolo al mundo de la música orquestada.
Otro dato curioso (que saqué del libreto de la ópera del Met)
Ira Gershwin, hermano del compositor y escritor del libreto de Porgy and Bess, se basó en la novela Porgy, de DuBose Heynard, y en la obra de teatro que este último redactó con su esposa, para crear la ópera de George.
Se dice que Ira estipuló “sólo cantantes negros pueden interpretar Porgy and Bess”. Sin embargo, el abril pasado, la Ópera Estatar de Hungría escenificó esta obra con un elenco predominantemente blanco que, para evitar problemas legales, firmó un documento que decía “Yo, el abajo firmante, declaro que el origen y la identidad afroamericanos son una parte inseparable de mi propia identidad. Debido a ello, me complace especialmente poder actuar en la ópera de Gershwin, Porgy and Bess”.
George Gershwin perdido en un mundo modernista
Gershwin pidió clases a Ravel, pero este se negó y le dijo algo así como: “Puedes ser una mala copia de Ravel, o ser el mejor Gershwin del mundo”. El compositor también pidió clases a Shrönberg, y Stravinsky, quienes le dieron una respuesta similar.
Final Prints: El arte como redentor de nuestros males
El Auditorio Nacional se lució al proyectar esta obra. Es una lástima que errores de origen hayan interrumpido algunos minutos de la transmisión, pero nada de qué preocuparse. Hay que ir y conocer las grandes obras que han hecho historia.
Lo que sí me angustia es que a estos conciertos sólo vayan adultos mayores y extranjeros. Me dio mucha tristeza no haber visto a una sola “cantante de jazz” de México interesada por asistir a absorber el origen de los standards más icónicos que existen.
Más allá, me pregunto en verdad, ¿por qué no hay gente joven interesada en conocer estas obras, estos compositores? ¿Es culpa de la difusión? ¿Es culpa de los papás? ¿Es cinismo de la juventud? Si queremos un mundo incluyente, el enaltecimiento del arte y la demolición de la ignorancia, es importante asistir a todo tipo de conciertos. Hacerlo permitiría a las nuevas generaciones abrir sus horizontes, tener una visión más crítica y real, tanto de su pasado, como de su momento social y político. Recordemos que la música ha sido un síntoma de los malestares y la belleza de la humanidad, por lo que conocer su historia es inminentemente una parte extática y redentora de la lucidez que nos urge… que siempre nos ha urgido.
Foto de portada: Cortesía del Metropolitan Opera. Fotógrafo: Ken Howard