Jazz Disminuido: frontera entre la improvisación libre y el libertinaje musical

Por: Estefanía Romero

Jazz Disminuido es un álbum reciente, dirigido por el compositor mexicano Jacobo Cerda en compañía de su ensamble, Los Inoxidables, quienes –ahora en formato de trío– vinieron a revolvernos las sinapsis con un cuadro estrafalario de pura improvisación libre.

El tejido de esta obra va desde una amplia transformación tímbrica, lograda gracias a alteraciones por computadora en tiempo real, así como ritmos extraños y frases que saltan entre líneas cómodas y espacios desagradables… recordemos que el arte también puede desafiar las nociones estéticas y, al mismo tiempo, ser estimulante. El disco recorre desde las más profundas emociones, hasta una sólida conexión entre los miembros de su ensamble y, a su vez, proyecta una capacidad considerable para involucrar a sus oyentes.

 

 

Estar un rato a solas con Jazz Disminuido es una hazaña acústica que da la impresión de derivar en escenarios visuales. Se trata de un estímulo sensorial e imaginativo que toma recursos de diferentes décadas para apropiárselos a un único estilo: va desde el jazz psicodélico a ideas latinas, jazz europeo, smooth jazz y música electrónica, aunque no suene como ninguno de estos géneros… e incluye escenarios que nos mandan a un plano surreal en absoluto. Es claro que se trata de ir más allá de la música en sí misma, de inyectar imágenes directo a la vena. También sorprende reconocer que todo esto fue logrado por tres personas o, en algunos temas, sólo por dos individuos. En lo particular, yo considero un gran logro cuando un ensamble pequeño (en tamaño, pero no en imaginación) funciona tan bien que no necesita desbordar en elementos para lograr un edificio sónico.

Más aún, veo que para comprender Jazz Disminuido podemos detenernos a comentar un concepto clave: el free jazz y la improvisación libre son cosas distintas. El free jazz es una obra compuesta con diferentes elementos, propios de lógicas que fueron innovadoras para su momento. Ornette Coleman, padre del free jazz, por ejemplo, creaba fragmentos con tres o más líneas armónicas en diferentes ritmos cada una, que tenían congruencia entre sí; pero, todo este ejercicio era pensado a priori y llevado a la partitura. En cambio, con la improvisación libre la dinámica es distinta: aquí no hay nada escrito y todo es posible, todo queda en manos de los ejecutantes, mientras se mantenga un orden estético; lo cual acarrea preguntas enormes, como… ¿cualquiera puede hacer improvisación libre? ¿Yoko Ono es una artista cuando se pone a gritar en medio del museo? De aquí que un debate acalorado se interponga antes de que podamos ver más a fondo.

 

 

Quizás cualquiera pueda hacer improvisación libre, pero no cualquiera logrará hacer arte con ello. En realidad esto es muy fácil de visualizar, se sea un músico o no. Es cuestión de mera honestidad. Por una parte, si se tiene una formación musical suficiente, existe una capacidad desarrollada para notar la presencia o ausencia de los elementos creativos que se utilizan al momento de una presentación musical por completo improvisada; y se tiene un conocimiento que hace posible determinar en términos tangibles si la interpretación refleja un bagaje interiorizado de la teoría musical, o si en el trabajo del ejecutante existe algo de innovación por encima de los siglos de creación musical. Vaya, los genios sólo se hacen tras años de estudio constante y eso es innegable.

Por otro lado, también quienes no son músicos pueden atender a su intuición. Basta con lo que se pueda encontrar dentro de la obra misma. La concentración del escucha es suficiente para verse inmerso en el producto musical, al grado de dirigirse hacia un estado cuasi meditativo, lo que Stravinsky llamó “tiempo psicológico”; es decir, el sentido internalizado que los individuos damos a la música, con el cual nos desprendemos del paso de las manecillas del reloj. Cuando presenciamos una obra de verdad el tiempo suele irse volando.

 

 

Ahora, la realidad es que muchos intérpretes de improvisación libre pasan al libertinaje musical: el sin sentido, a través del cual revelan sus limitaciones narrativas, por falta de ideas y conceptos (no sólo musicales, sino también ideológicos y expresivos) que les permitan establecer una estructura sólida. Eso se nota, como también es evidente cuando estamos frente a músicos profesionales que llevan años de práctica y estudio consistente, que han asimilado el sonido, que han apostado por una búsqueda tímbrica, que reconocen desde el inconsciente las identidades rítmicas, melódicas y armónicas; y que, si se trata de un ensamble, además de todo lo anterior, logra establecer comunicación entre sus miembros. Aquí obrará una tercera variante: una obra puede gustarle a cualquier persona o no, pero eso no le agrega ni le quita una cualidad artística, y es a ello a lo que debemos enfrentarnos antes de hacer cualquier declaración.

Tras decir todo lo anterior, invito a mi amable lector a vivir dos experiencias. La primera es que antes de rechazar o aceptar a ciegas la improvisación libre, se tome un espacio para reconocer con qué intérpretes o ensambles (profesionales) de dicho género puede congeniar. Hay quienes aplauden a conciertos cuando toda su lógica les dice que lo que escuchan es una estafa; así como existen individuos que rechazan por completo la posibilidad de abrir sus percepciones a horizontes creativos que no les son familiares, cuando esta música es ciertamente una aventura hacia lo desconocido.

 

 

La segunda, es que se atreva a escuchar Jazz Disminuido. Es imposible negar las cualidades artísticas de esta propuesta. Y, muy importante: consuma esta obra de inicio a fin, sin distracciones, a solas, o con gente que no haga ruido, y con buenas bocinas o audífonos.

En su momento, el maestro Cerda me comentó que este disco se realizó en una situación de tristeza e inspiración, según él “detenida”, por parte de él mismo y de los miembros de su proyecto. Sin embargo, estos decidieron ponerse a trabajar para “ver qué sucedía”. Vaya ironía, pues lo que ocurrió de su experimento fue un disco capaz de tocar el alma; más en unos temas que otros, para ser franca.

 

 

Otro dato curioso es que los nombres de cada pieza del álbum fueron creados en consenso por la banda, tras tomar en cuenta las opiniones de varios escuchas a quienes se presentó el proyecto, de manera individual, antes de lanzarlo. Curiosamente, dichos sujetos comentaron haber tenido ideas y sentimientos que resultaron muy similares entre sí al vivir Jazz Disminuido. Atreverse a vivir la hazaña nos valió el goce de una verdadera experiencia artística.

 

 

Si quieres conocer más de la obra de Los Inoxidables, te invitó a leer mi crítica sobre su primer disco: Jazz Aumentado.

Por cierto, lo de Yoko es puro ruido.