El “first world problem” de un ensamble impecable: Quinteto Astor Piazzolla

Por: Miguel Almaguer

El Quinteto Astor Piazzolla dio un concierto de gran calidad en el Teatro Juárez, dentro de las actividades del Festival Internacional Cervantino. Es hermoso oír el concepto auténtico de la conformación en que Piazzolla trabajó con mayor fuerza su laboratorio tímbrico; el quinteto Tango Nuevo. En una época donde los arreglos de cuerdas –si bien siempre maravillosos– dominan el mercado este sonido es refrescante. Se trata de un buen ensamble, dieron un concierto bien ensayado, con una excelente elección de repertorio, traducida en un balance óptimo de joyas desconocidas y grandes éxitos del autor.

Es por esto que mi recuento en adelante parecerá en especial duro. Empero, encuentro pertinente este análisis dadas las lecciones que podemos recuperar de las “áreas de oportunidad” de los grandes maestros. Las que aquí presento son reflexiones que van más allá de criticar el trabajo de un experto; y les considero más bien oportunidades que nos permiten enfrentar dilemas profundos y servir al quehacer artístico de todos.

La primera cosa que me llamó la atención fue la clara diferencia entre lo que el conjunto se concebía haciendo en el escenario y lo que percibía la audiencia. Esto fue notorio en especial con el contrabajista, cuyo instrumento tenía una evidente proyección disparada del chasquido del slap de la cuerda, por encima del sonido de la nota definida de su pizzicato; con esto, él creaba un efecto de retraso rítmico del sonido más fuerte, lo que producía cierta incomodidad. Era obvio que esto estaba por fuera de la voluntad del ejecutante, puesto que él tocaba sus pizzicatti a un verdadero tiempo justo. El mismo músico demostró a lo largo de su desenvolvimiento, al hacer el mismo efecto suave en piezas que así lo requerían, o al tocar con arco, o al percutir su instrumento, que es un artista de impecable visión rítmica. Así, podemos inferir que el problema en la casi primer mitad del concierto era alguna inadvertida eventualidad técnica jugando contra su imaginación musical, y que no producía el mismo efecto dentro que afuera del escenario.

 

Daniel Falasca. Foto: Carlos Alvar.

 

Algunos otros detalles similares se suscitaron con los demás músicos sin ser tan marcados. De aquí quisiera desprender la primera reflexión para el mundo de la música clásica en general, contrastado contra mundo actual: es necesario contar con equipos más grandes que únicamente con los músicos expertos, esto con el fin de cuidar lo que percibirá la audiencia, que a fin de cuentas es dónde debe estar el resultado. Es triste pulir mil detalles en el escenario, y que se pierdan en el camino.

Por esto, viene al caso comentar la pregunta que mucha gente me ha hecho “¿por qué la música popular le ha ganado tanto terreno a la música clásica, si se pretende que esta última represente un estándar más alto?” (opinión que no comparto, pero ya que es la pregunta planteada, la expreso tal cual). En respuesta, creo que una de las grandes diferencias, al menos al nivel profesional, es cuánto tiempo y personal invierten las agrupaciones “pop” en el resultado de sala. Sé que, bajo el panorama actual, el presupuesto que generalmente podemos destinar para esta práctica por lo menos implicaría una persona más trabajando, viajando, etc., por lo que parece resultar prohibitivo. Estoy seguro de que tanto artistas como promotores culturales deben pensar en esto como una constante para mejorar el lucimiento del sobresaliente trabajo de los músicos dotados. El bajista Daniel Falasca, con toda su inventiva musical y destreza técnica, pudo haber tomado decisiones muy creativas que le ayudaran a superar el reto acústico y lograr algo más funcional para redondear la visión musical en grupo.

El segundo gran impacto de la noche fue apreciar un repertorio estructurado a la perfección, los tempos precisos, la unidad de los intérpretes a cada cambio de velocidad era magnifica. Sin embargo, el quinteto a menudo se oía cansado, gastado, los imaginativos juegos de tímbrica entre los instrumentos (algunos en especial maravillosos entre el piano y la guitarra eléctrica) que, si bien eran fusiones absolutas, solían carecer de brillo.

Volviendo al tempo, estos eran impecables para cada obra. Piazzolla es un desafío en el sentido de elegir el pulso perfecto, pues este suele ser más rápido de lo que parecería correcto y debe fluir hasta justo antes de correr desbocado, y no puede, bajo ninguna circunstancia, ser titubeante. No obstante, los intérpretes parecían amarrados a seguirlo, no persiguiéndolo, pues son ejecutantes diestros; de todas formas, el pulso no surgía de la música misma, sino que aquel existía como una entidad aparte.

 

Quinteto Astor Piazzolla. Foto: Carlos Alvar.

 

En las dos fugas ejecutadas las frases perdían articulación de ideas, aunque la articulación musical estaba ahí. Esta parte es tal vez la más peligrosa porque el lenguaje piazzollano es muy conciso (lo cual es muy diferente a un lenguaje limitado), por lo cual la elocuencia al citarlo debe mantenerse en todo momento, a riesgo de volverse aburrido. Los músicos se oían entre sí, dialogaban, más su discurso se parecía al de un matrimonio de muchos años, donde las respuestas son conocidas con antelación a pesar de que se esté respondiendo genuinamente.

Esto me lleva a la pregunta, ¿cuál es el límite del ensayo, de conocer un repertorio, de perfeccionar una ejecución? ¿Cuándo es que tener “mucho” de algo bueno se convierte en demasiado? Aquí quiero reiterar mi advertencia del inicio, esta interrogante únicamente puede surgir ante un proyecto tan bien formado como el Quinteto Astor Piazzolla. En un mundo donde imperan los músicos sin oídos y los diálogos sin atención; lo comentado no es un problema que muchos encontraremos comúnmente, y este concierto es pertinente para pensar en un verdadero first world problem, que sólo los grandes enfrentan.  Lo más curioso es que tal vez esta respuesta se encuentre en el mismo ensamble, pues el guitarrista Armando de la Vega continuamente brindó el espíritu jovial y fresco que se necesitaba para ventilar el aire de las ejecuciones.

 

Armando de la Vega. Foto: Carlos Alvar.