Ruleta rusa: de la vacuidad de Alain Pérez a comulgar con Takashi Hirayasu

Por: Estefanía Romero

El Alain Pérez Quinteto se presentó en el mismo foro que hoy daría lugar al concierto de Takashi Hirayasu y Armando Montiel, ambos dentro del Festival Internacional Cervantino. Si bien se trata de dos músicas muy diferentes, el contraste entre los desarrollos de sus ejecuciones son la oportunidad perfecta para reflexionar sobre la labor expresiva y comunicativa del músico.

Alain Pérez vino de Cuba y desde la conferencia de prensa declaró que su concierto titulado “El viaje” representa, entre otras cosas, la ilusión de un artista de llegar al escenario y transmitir sus emociones, como “amor, alegría, recuerdo, llanto, la niñez, el presente”. La gran pregunta post concierto es: ¿realmente lo logró?

 

Alain Pérez. Foto: Isaac García.

 

Su quinteto tuvo momentos afables, sobre todo cuando se internaban en sesiones de improvisación en conjunto. Se nota muchísimo que ya tienen dominada la influencia del sonido que resultó de Dizzy Gillespie y sus influencias cubanas. De hecho, aunque el trompetista a veces buscaba entre otros fraseos e intenciones, quizás se esforzó de más en imitar la identidad de Arturo Sandoval. La interpretación del quinteto tuvo algunos solos creativos, pero también muchos otros de ideas sobrecargadas que no parecían tener rumbo o sentido con lo que los demás miembros decían, con lo que provocaron un constante un sentido de desconexión. Uno que otro juego de frases en unísono dejaron una impresión interesante, dado que los ejecutantes sí tienen una buena instrucción técnica.

 

 

Más allá, debo decir que Alain Pérez sabe desempeñarse como bajista y quizás sabe abordar otros instrumentos, pero debe reconocer que no es un buen cantante. El concierto hubiera sido en general agradable si él jamás hubiese tocado el micrófono. No es desafinado, más bien, es claro que no sabe qué es lo que quiere expresar en sus canciones, al menos no desde una perspectiva meramente musical; es usual que los cantantes se busquen a sí mismos constantemente, pero esto no debe ocurrir frente a un escenario, dado que transmite incoherencia y falta de comprensión de sí mismo. Es la primera vez que escucho a un cubano más interesado en fingir que canta “con sentimiento”, que en preocuparse por lo que realmente transmite, así como por su calidad y dirección como artista.

Con lamentos, debo decirlo: más allá de la música en sí, su concierto fue una cámara de tortura. El volumen desbordante dolía aún si el escucha se colocaba lejísimos del foro principal. La ecualización manejada sin cuidado hizo que los instrumentos se proyectaran con un sonido que aludía la ejecución de un equipo de luz y sonido lastimoso, parecidos a los que llevan los políticos a las rancherías. Se perdió por completo la posibilidad de disfrutar las dimensiones que nos permite el jazz: las congas sonaban secas, sin la multiplicidad de vibraciones que permiten los instrumentos en sus formas más puras. En general, existió una desarticulación muy fuerte entre el Quinteto y su audiencia; pero lo que más me sorprende es hasta dónde puede fingir un público, porque más allá de si fue un concierto bueno o malo, es básicamente absurdo pensar que quienes fueron tuvieron que soportar el sonido tan alto para no sentir que no cumplían con el perfil de alguien que va a presenciar una supuesta manifestación de alta cultura. En México tenemos que aprender a decir que no a algo que no funciona, y a dejar de aplaudirle a todo.

 

Alain Pérez Quinteto. Foto: Isaac García.

 

Por su lado, la presentación de Takashi Hirayasu y Armando Montiel fue divina. Con muy pocos elementos y una sencillísima pero enorme ejecución, estos maestros lograron penetrar en el alma del espectador.

 

Armando Montiel y Takashi Hirayasu. Foto: Isaac García

 

Se trató de un equipo cargado de percusión latina: congas, cajón, platillos y algunos más, en manos de Montiel; y de un sanshin tocado por Hirayasu. Este último es un instrumento de cuerdas hecho con piel de víbora que, como los mismos músicos explicaron, es típico en Okinawa, al grado de que una de cada tres casas cuenta con uno.

Al comienzo del evento creo que todos nos sentimos desconcertados al ver tan poco armamento en el escenario; sin embargo, poco a poco el concierto fue creciendo sin la necesidad de desbordar en recursos. Con ritmos japoneses y latinos que imitaron las expresiones más básicas y tribales del ser humano, más los cantos de Hirayasu y los adornos de su sanshin, se generó una atmósfera de verdadera comunión.

 

Armando Montiel. Foto: Isaac García.

 

Hacia la mitad del concierto, sin que Hirayasu hablase español, logró hacernos reír, bailar, cantar. Me imaginé por un momento que en ese estado meditativo se encontraron los primeros grupos humanos que comenzaron a entender y a comunicarse a través de la música y sonidos básicos. El japonés agradeció (lo supimos a través de su traductora) al mar, al sol, a todo. Pensemos que en Japón esto es el Shinto, un conjunto de creencias que permiten al ser humano sentirse en unión absoluta con la naturaleza.

 

Armando Montiel y Takashi Hirayasu. Foto: Isaac García

 

Los maestros nos conectaron con otras épocas, pero también con ellos y con nosotros mismos, e incluso a los miembros de su audiencia entre sí. Este poder, esta capacidad de amar realmente lo que haces, dónde vives, quién eres y a los demás, es lo que distingue a un verdadero artista, y a un ejemplar ser humano, del resto.

Observemos que el recinto y equipo que usaron Alain Pérez e Hirayasu fueron los mismos. Alain, aunque realizó músicas latinas conocidas y habló español, no logró prender a nadie como Hirayasu. El maestro japonés nos hizo bailar, gritar, e incluso llorar a lo largo de sus manifestaciones, como cuando nos hizo gritar “iooo”, sólo ese sonidito de dos notas bastó por la manera en que fue manejado. El espectáculo cerró dando una y otra vuelta (aunque cada una diferente) sobre famoso tema “Stand by me”, de apariencia contrastante con el resto del repertorio, pero no por la forma y fondo con el que Hirayasu y Montiel lo manejaron.

En conclusión, todo lo que Alain se desvivió por lograr entre saltos, bailes, gorgoriteos, y lo que él llama “su propia voz”, que tanto presumió durante la rueda de prensa, lo logró el maestro Hirayasu al día siguiente con su honestidad creativa, y su facultad para comulgar con sus escuchas.