Ravi Coltrane: un montón de nada, disfrazado de música meditativa

Por: Estefanía Romero

En esta crítica puedo decir dos cosas: 1. La que se espera (y la que todos hacen). 2. La real, y de la cual aprenderemos un poco. Voy a optar por la segunda, con todo el respeto y amor que le tengo a la familia Coltrane por su legado a la tradición e historia del jazz.

El hijo de John y Alice Coltrane (nombrado tras Ravi Shankar, uno de los grandes compositores del siglo XX y buen amigo de estas dos figuras), dio un concierto impecable en términos de técnica, pero ¿qué son frases musicales sin un sentido de dirección? Yo podría sugerir que Ravi Coltrane busca, como su padre, romper con las formas; o que Ravi intenta, como su madre, crear un sentido meditativo. Pero la realidad es que si esto en teoría se escucha como un concepto interesante y llamativo (y ha sido posible en ciertos ensambles), en la práctica, con Ravi, la realidad es muy distinta.

 

 

Hace años, al aventurarme en la música de Ravi, mi primera impresión fue: qué aburrido. Perdí la intención de darle seguimiento, hasta notar que le invitaron como estrella del RMJF. Tras enfocarme en su presentación una y otra vez, entendí algunas cosas. Me explicaré tomando como referencia la primera pieza de la velada mencionada. Cuando Ravi efectúa el “Olé”, de John Coltrane, no hay magia, ¿por qué?

Ravi es un excelente ejecutante, los miembros que eligió para trabajar con él también tienen una técnica precisa y es innegable el alto nivel de preparación que tienen. Pero no es lo mismo ser un gran músico, que un gran director o arreglista. En “Olé”, Ravi nos mostró con su ensamble una versión tan plana que perdió la línea sobre la cual estaba imaginada, lo cual suele estar bien en el jazz, pero no es permisible si la nueva hazaña carece de personalidad en absoluto. Ravi la modificó hacia algo que sonó como una larga improvisación aburrida y sin sentido, con matices poco perceptibles y e inflexiones flojas. Los entramados armónicos, articulaciones claras y la profunda búsqueda expresiva de John Coltrane en su obra, se convirtieron en una especie de embarrado de figuras sonoras bajo la dirección de Ravi, cuyo discurso es comparable al de una persona que lanza frases inconexas con un tono meditativo por dos horas. La verdad es que todos apreciamos un discurso bien planteado, con estructura, balance y cualidades emotivas. Es también como presenciar un Beethoven bien llevado a cabo, o percibir dicha música con un director que no sabe cómo manejar a su orquesta. “Olé” con John fascinaría a cualquiera, mientras que “Olé” con Ravi desinvita al mundo del jazz.

 

 

Por lo anterior, las cadencias del flamenco y el zapateado español que son parte fundamental de lo que John incorporó en “Olé”, fueron casi imperceptibles a manos de Ravi. Tampoco se nota la posibilidad de una riqueza sensible en las frases, dado que las intervenciones de los instrumentos no reúnen una capacidad expresiva. También podrían mejorar su sentido de proyección, porque no es lo mismo una interpretación en volumen bajo, que una ejecución caída. Es cierto, John tenía un sentido claro de lo que quería comunicar con su obra, así como a McCoy Tyner junto a otros grandes músicos, cuando grabó “Olé”; pero, por lo mismo, se esperaría una búsqueda artística más profunda por parte de Ravi.

 

 

Es fácil caer en la idea de que el hijo de un gran ícono del jazz hace proezas extraordinarias, pero como público tenemos derecho a cuestionar las ofertas musicales que hay a nuestro alrededor, y a confiar más en nuestro instinto. Sino nos podemos convertir en víctimas de la flojera cognitiva.