Jazzistas que no tienen (o no quieren tener) algo que transmitir

Por: Estefanía Romero

Asistí a un concierto, tras un tiempo considerable de enclaustrarme, dados la pandemia y otros proyectos de jazz que me embeben.

La falta de inmersión de los jazzistas con su propia interpretación era demasiado notoria. Para dejar claro este comentario, anotaré un paralelismo: dicho concierto me hizo recordar una ocasión en la que me atreví a pensar que podía dar una clase sin estructurarla antes, jactándome de mi conocimiento sobre los temas. El resultado fue un mal desenvolvimiento y alumnos fastidiados; jamás me volví a conducir con tal dejadez. ¿Cómo se revela esto en el jazz? Cuando el instrumentista hace prácticamente lo mismo en cada una de sus ejecuciones, y mete de vez en cuando uno que otro adorno formulaico.

Por supuesto, un concierto de jazz se trata en gran parte sobre improvisación, pero también es elemental que quienes generan un producto artístico tengan presente qué es lo que desean transmitir; de lo contrario, es imposible que estos se logren conectar con su audiencia. Y ya ni se trata de lo afín que se sea a uno u otro género musical, porque incluso cuando los improvisadores libres saben qué es lo que quieren decir, dejan boquiabiertos a sus escuchas, aún si estos no están tan familiarizados con la citada forma de expresión. Ese algo que transmitir puede ser una imagen concreta, como cuando Hiromi Uehara en su niñez escribió una canción a un pollito con el tema “¿Por qué los pollos no pueden volar?”. Más allá, se puede elaborar el discurso sobre un concepto técnico-estético, o incluso uno abstracto, permeado a través de sentimientos (una felicidad, una dolencia), placeres, creencias… como seres humanos tenemos bastedad de pasiones profundas y, por lo tanto, lugares de dónde elegir el punto de partida de nuestro propósito al crear arte.

Con esto último en perspectiva, pueden comenzar a tejerse discursos. Todas las personas se encienden con historias épicas, estructuradas con las partes básicas de una narración: introducción, desarrollo y desenlace; incluyendo aquellos clímax que inyectan la vértebra de emoción. Ve los dos minutos de la audición de Henry Thomas para el papel de Elliot en E.T. the Extra-Terrestrial y ¡vas a llorar! Pero esto se debe a que te encuentras frente a una gran historia improvisada, con un gran actor infantil. Escucha “Cry Me A River” con Ella Fitzgerald y desde las primeras notas de voz te acuchillará su filosa sensibilidad. Eso es lo que hacen los grandes artistas.

Creo que quizás existan prácticas fundamentales, la primera es que el artista se reconozca a sí mismo como un individuo que está en el escenario con un designio propio. La segunda, es tener una clara noción como ensamble de qué es lo que se va a ejecutar y por qué se va a ejecutar, y esto incluso si se decidiera omitir el cómo, en caso de una improvisación total. Las audiencias son inteligentes y sensibles, algunas personas pueden poner la observación que aquí describo en palabras; mientras que habrá aquellos quienes, dada su profesión, costumbres e historia de vida, no tendrán claro qué lo que están escuchando, tan sólo sabrán que la música que se expone frente a sí no les interesa lo suficiente.

Veo a muchos jazzistas desconcertados, algunos alegan que los públicos son ignorantes y por eso no entienden el jazz; a la par, encuentro espectadores que con pretensión presumen escuchar jazz “extraordinario”, “maravilloso”, “brillante”, cuando están frente a interpretaciones mediocres. Aquí el problema está en que los músicos deberían preguntarse más bien ¿por qué no conecto con mi público? ¿para quién estoy tocando? ¿qué es lo que quiero transmitir? Así como las audiencias sumarían a un ecosistema saludable artístico, al dejar de vanagloriarse con la falsa convicción de que todo el jazz al que se acercan es especial. A final de cuentas eso se hace notar al momento que van a un concierto y deciden escuchar o ignorarlo; o al instante en que prefieren volver a su casa a escuchar a Beyoncé para nunca recordar una sola frase de lo que escucharon en el elegante club de jazz al que fueron.

Sobre la cantante, estuvo bastante afinada, en tiempo, con figuras redondas e incluso un desarrollo bastante honesto de como ella misma suena. Intentó acomodar un sonido con la voz que aludía a la trompeta, práctica muy común en el jazz; esa, junto a un dúo breve con la batería, fueron sus hazañas interesantes de la noche. Carecía de dicción al articular piezas icónicas en inglés y portugués, así como adolecía de un interés inexistente por comprender de qué se trataron las piezas que interpretó.

Se tocaron algunos clichés del “jazz sexy” y el público nada más no volteaba, porque era muy claro que los músicos estaban tocando para sacar el hueso; su limitado vínculo con el público evidencia una gran carencia de formación en el mundo del performance; o una flojera que nace de la idea de que el jazz es como un trabajo más.

A su vez, la velada puso de manifiesto la incapacidad de los curadores del recinto para exigir calidad de sus expositores (y/o de pagarles para realizar ensayos), así como un compromiso ficticio para construir un espacio donde el sonido no rebote, o que cuente con bocinas saludables… pues como sea, nadie sabe de jazz, así que nadie se va a dar cuenta y, por lo tanto, está de más echarle ganas.

Cabe aclarar que aquí me refiero a un concierto formal, con músicos profesionales, en un establecimiento que se ostenta como “casa del jazz”. Escribo esto sin dar nombres de quienes participaron en el show, ni del foro, ya que mi interés está en que el ensayo presente sea una mera invitación a la reflexión para mi lector; porque, de hecho, esta idea no se reduce al concierto último al que fui, sino a muchísimos de los que he presenciado en México.

A la par, creo que señalar los nombres de artistas en la citada velada aquí no sería el caso. Quiero tener la certeza de que no todos sus conciertos son así de aburridos, de que seguro hay o habrá momentos en los que estos mismos músicos tocan o tocarán con verdadera consciencia, amor, entusiasmo, conexión y tiempo de preparación para exponerse.

A final de cuentas, el jazz en este país tiene un vasto sendero que recorrer, pero si lo trazamos con pasión e involucramiento, comunicación y honestidad, seguro llegaremos a algún lado.