Del bop al latin: Brillante concierto de Arturo Sandoval en la CDMX

Por: Estefanía Romero

Descubrir el concierto de Dizzy Gilliespie and The United Nations Orchestra fue el gran evento que derivó en una obsesión personal hacia los laberintos históricos, culturales y musicológicos del jazz. Todos los integrantes de ese proyecto se convirtieron en mis ídolos y decidí que no toleraría menos pasión y conocimiento que los de Danilo Pérez al piano; que Paquito D’Rivera iba a ser mi guía; que nunca me iba a gustar un cantante que no tuviera el nivel armónico, rítmico y creativo de una Flora Purim o un James Moody; que el percusionista es un pulpo deportista experto en matemáticas: Airto Moreira. Entendí que el conguero tiene una propia lógica con Giovanni Hidalgo y sus tres millones de sonidos en una percusión de apariencia sencilla. Que jazz es lo que hacen Claudio Roditi, Slide Hampton, Steve Turre, Mario Rivera, John Lee, Ed Cherry e Ignacio Berroa con el sonido. Y comprendí que Arturo Sandoval tenía una mística propia, aquello que cautivó a Dizzy para hacerlo su protegido y hermano durante tantos años. 

Arturo Sandoval presentó su propio proyecto en el Teatro Metropólitan, gracias a FR Producciones, y demostró que el artista se hace y su desarrollo nunca termina.

El telón se abrió con un hardbop, que tuvo de protagonista el diálogo entre saxofón de Micke Tucker y la trompeta de Sandoval. La proyección de ambos es impresionante: sus inflexiones rapidísimas se mantienen limpias.

  

El resto del ensamble: John Belzaguy (contrabajo eléctrico y bajo), Johnny Friday (batería), Tiki Pasillas (percusiones) y Max Haymer (piano). ¡Quién diría que tan pocos instrumentos pueden sonar como una gran orquesta!

El trabajo de composición, de arreglo, la instrumentación, todo fantástico. Hubo espacios para cada solo: todos los instrumentos tuvieron la oportunidad de brillar y lo hicieron. La influencia dizzygillespiana se nota muchísimo y debo alzar la voz en este punto pues el alma de Dizzy rondó durante todo el concierto y yo no pude evitar llorar imaginando su sonrisa al ver lo que sigue haciendo su gran discípulo.

Arturo desarrolló un scat durante la primera pieza. Bastante lúdico, como el de los cantantes de tradición. Fue evidente la imitación que corrió desde la trompeta, el trombón y se alargó hacia el contrabajo. La orquesta se asomaba y desaparecía… y el parapadeo del scat volvía, jugando con la emoción del público.

El segundo tema se volvió eléctrico: un bajo tomó el lugar del contrabajo y el teclado desplazó al piano. Los sintetizadores de prendieron y el funk despertó. El conguero mexicano Tiki Pasillas comenzó a cantar unos fraseos rápidos de soul.

La base instrumental continuó moviéndose por debajo del protagonismo de la trompeta y el sax. Arturo se fue hacia las percusiones. La línea melódica de “Chameleon” de Herbie Hancock se asomó por un instante. La música caminó hacia un boogaloo que retumbó con la repetición del coro: “Shake you booty, Baby”.

   

Los cambios de ritmo y los ritmos contrapunteados fueron espectaculares durante todo el concierto. Dizzy solía orquestar cambios de progresiones marcados por frases cortísimas de bajo, las cuales fueron retomados en algunos de los arreglos: ¡mágico!

Arturo se detuvo un momento para bromear con el público y comunicar ideas muy fuertes, pero necesarias: “Es un crimen que en la TV promuevan otras cosas (que no son música compleja, que no son jazz); no hacen labor social ni educativa”. Y otra muy interesante: “En esta banda no tenemos cantantes, ni queremos tampoco”; aludiendo en realidad a la industria musical que vende “rostros” y no conocimiento.

Más adelante, un contrapunto bellísimo entre sax y trompeta abrieron una balada jazz. Arturo sacó la sordina y comenzó el romance.

Tocaron “El Manicero”, canción cubana de los años 20, desde el funk hasta una salsa en su máxima expresión: “mami, ¿dónde quieres que te ponga el cucurucho?”.

   

Arturo mismo lo dijo: su verdadero legado es la composición. En otro pequeño discurso mencionó odiar a los cantantes que no saben cantar y cambian notas de las composiciones originales: “si tomas iniciativa de creador, crea tus propias canciones, pero no jodas las de los otros”. Y comenzó a cantar “When I Fall in Love”, de Nat King Cole.

   

En el recorrido siguió una composición maravillosa de Arturo, con él al piano, llena de disonancias, con colores debussianos, pero que en vez de hablar en ensueño, gritaban. Todo el modernismo gritó en esa pieza, acompañado de una lucidez creativa y técnica. Me pareció que sería una intro de “Seresta”, pero sólo se trató de un pequeño paseo por la melodía de esta bella canción. El homenaje a Dizzy estuvo ahí, escondido en todo momento y ardiendo a la vez. El bajo y la percusión se unieron para esculpir un latin jazz delicioso. El “Jarabe tapatío” de la trompeta emocionó a la audiencia. De repente, la plétora de todos los instrumentos contrapunteando discursos desbordantes de imaginación.

En adelante, Tiki Pasillas en un solo de congas, súper versátil, súper controlado.

Y al final, la joya de la noche: “Night in Tunisia”. Unos fraseos españolados en la trompeta siguieron a la linea principal del gran standard; más allá, apareció un solo de piano con tintes europeos y búsquedas latinas. El sax se puso al frente para llevarnos a la hipnosis. La percusión decantó sonidos árabes con estridencia y majestuosidad. Tiki cantó y unos versos de órgano se acomodaron. ¿Qué pasó ahí…?

Me llevo el corazón encantado; mi amor al jazz y mi admiración sin límite agradecen al maestro Arturo Sandoval por seguir compartiendo su conocimiento y pasión como compositor, multiinstrumentista, director, creador de ensamble, ser humano y vínculo latente con el gran creador: Dizzy Gillespie. ¡Arriba los grandes de la historia!

Les dejo una probadita del concierto, pero si pueden escucharlo en vivo algún día, no lo duden, será una de las experiencias más significativas que lleguen a escuchar: