Texto: Estefanía Romero
Fotografía: Salvador Bonilla
La aportación del trompetista en el Riviera Maya Jazz Festival declaró que la fiesta máxima del jazz en México volvió para quedarse.
El ícono del jazz fue popularizado y estampado con la etiqueta de un sonido “romántico”, cuasi new age, por la huella discográfica que dejó en los 90. No obstante, abrió el concierto de anoche cacheteando con géneros que no nos hubiéramos imaginado, en su característico sonido impecable.
Escucharle en vivo es un lujo. El porte que lleva como persona lo refleja en la música; lo cual me hizo pensar en un tipo de sentimiento muy intenso, que describió Oriana Fallaci, al estar ella frente a uno de los sujetos[1] que entrevistó: la perplejidad que da compartir sala con alguien de una naturaleza que impone con brutalidad. Y sí, una personalidad como la de Chris Botti sólo se pudo forjar, no únicamente con años de estudio de la música, sino también con una auténtica exploración de las formas en que el ser humano siente, reacciona y se conecta.
Botti caminó entre la audiencia, junto a la violinista Caroline Campbell, tocando en dueto el icónico “Tema d’amore”, de Cinema Paradiso, despertó con ello la agudeza sensible con que Andrea Morricone escribió aquella canción, y la canalizó al timbre de trompeta que lleva la firma Chris Botti: suave, conmovedor, una especie de híbrido entre cool jazz, smooth jazz y pop. Dato curioso: Ennio Morricone compuso el resto del soundtrack, pero el famoso tema al que aquí aludimos fue elaborado por su hijo.
A la vez, hizo otra cosa que ha caracterizado sus shows, pero que al mismo tiempo les permite ser únicos: reunir un grupo de artistas con creatividades explosivas y contratantes entre sí. Como aquellas dos cantantes: mientras Veronica Swift volteó a la tradición del jazz, con standards y scat, la otra intérprete, Sy Smith, se fue a un beat box, stand up musical y una mirada de efectos vocales, toda una contorsionista de la voz; pero ambas con un sonido apabullante, lleno de matices envueltos en técnicas de completa pulcritud. En algún punto se unió toda la banda con ellas para su propio arreglo de “Shining Star”, de Earth Wind and Fire, ¡no parábamos de bailar!
Botti hace que sus músicos protagonicen el escenario y estos logran un espectáculo en serio, repleto de sorpresas. Otras fueron “Kashmir”, de Led Zeppelin, que deslumbró a manos de Caroline, una virtuosa paganini-rocker; el baterista Lee Pearson se cubrió el rostro con un pañuelo, e hizo malabares con las baquetas, mientras desarrollaba un solo de gran complejidad. A la vez, el saxofonista Chad LB manipuló su instrumento con el cromatismo y velocidad de un Charlie Parker, sin dejar de lado que su propio show es otra cosa.
Con tranquilidad, Chris Botti ostentó que es capaz de hacerte vibrar con el bebop más complejo hasta llevarte a llorar con una sola nota de su trompeta.
Así, el trompetista que muchos denuestan al etiquetarle como “comercial”, dejó una audiencia masiva totalmente perpleja, maravillada, y él mismo se declaró muy complacido de ser parte del escenario que protagonizó, al cerrar el festival.
Es increíble este regalo del RMJF para el público. Lograr un concierto así, sin costo para la audiencia, es hazaña mucho más que plausible.
Nos quedamos con la adrenalina al máximo esperado por el año que viene.
[1] Me refiero a Henry Kissinger, pero no quise distraer mucho a mi querido lector del sentido de mi texto. La icónica entrevista que le hizo Oriana Fallaci al que fue Secretario de Estado, en la época de Nixon, aparece en el libro de la misma autora, llamado Entrevista con la historia.