Bajo la esfinge, de Roberto Salomón: Un sampler de acompañamientos pop.

Por: Miguel Almaguer

Hay una realidad evidente: es difícil hacer un álbum para instrumento solo. Para ello, las habilidades del compositor deben estar pulidas al máximo, pues es una tarea titánica el sostener más de una hora, con la limitación tímbrica y técnica (de incluso el piano, rey de los instrumentos), y lograr que el producto salga y llegue bien a puerto. Esto nos lleva a una segunda realidad, para algunos poco comprensible a primera instancia: ser un gran intérprete no te convierte en compositor, ni ser un buen compositor te hace un buen ejecutante.

 

Roberto Salomón

 

Para muchos, la lógica es que un musico es musico y punto; sin embargo, esto tendría el mismo sentido que pensar que Meryl Streep sólo por ser una gran actriz sería una gran guionista, o Charlie Kaufman un increíble histrión. Componer y ejecutar son habilidades diferentes, que requieren estudios y preparación distintos. Se puede perfilar en ambos, lo cual implica cumplir con toda una serie compromisos, que derivan de las dos carreras.

Dicho lo anterior, llegamos al problema del primer álbum de Roberto Salomón. El proyecto está cargado de buenas intenciones, con ejecuciones agradables, una grabación limpia y de buen sonido, pero topa catastróficamente con pared en el desarrollo de la música misma.

No hablaré de ningún track en particular, puesto que los 13 que componen Bajo la esfinge adolecen de exactamente las mismas cosas. No existe cohesión alguna, y no me refiero sólo a la que uno esperaría de un álbum, sino a la interna de cada tema. Cada pieza, de promedio 3 minutos, tiene entre 6 a 9 ideas musicales distintas, lo cual evita la existencia de algún tipo de desarrollo musical. La tímbrica del álbum, aunada a que este esté grabado en piano solo, podría hacer parecer que existe una homogeneidad; el hecho real es que, entre sus miles de versiones de acordes quebrados, arpegios, adornos, escalas y una ocasional melodía, nunca podemos quedarnos con algo; la obra parece más bien una colección de los patrones de acompañamiento que observamos en la mayoría de las canciones pop hoy en día. El material sin desarrollo, sustento o justificación para sus exploraciones, en lugar de permitir que nos interesemos por algo nuevo, nos diluye el goce… y muchos elementos parecen estorbos sacados de la manga.

 

 

Si leemos el manifiesto del autor, y el tratamiento que se le ha dado a su trabajo en otras publicaciones y comentarios, notaremos que se habla de una exploración poliestilística y poliestética de influencias de años de gustos y experiencias. Esto no es ni bueno ni malo por sí mismo, pero al faltar un hilo conductor, se convierte en una receta cuestionable. Si algo hace la diferencia en la música, para separar el mundo del aficionado al del artista, es la estructura; todas “las músicas”, desde la académica a las manifestaciones populares y comerciales, se definen por conceptos estructurales propios.

El álbum ha sido reseñado, por distintas personas, como uno que contiene características de jazz, así como de música fílmica, entre otras influencias del autor. Esto me lleva a que exploremos algunos otros mitos y confusiones habituales que vemos claramente ejemplificados en Bajo la esfinge:

 

  1. No todo lo que suena a séptimas y novenas es jazz. El pasar por escalas con cromatismos o tener acordes de más de 4 notas, no dota a un material de ser considerado jazzístico. Si algún termino se utiliza indiscriminadamente en los últimos años es “jazz”. Esta palabra se ha convertido en el escondite de todo aquel que quiere parecer moderno y no entiende qué está haciendo. Rockeros, poperos, salseros, “new ageros”, etc., encuentran justificación en el vocablo. En cambio, el jazz, es una de las innovaciones musicales mas importantes del siglo XX, con una tradición muy rica y una academia muy desarrollada, que tiene rasgos armónicos, melódicos, rítmicos y estilísticos propios que deben observarse con su debida atención.

 

  1. La improvisación no es sólo soltar ideas. Si bien el material de Salomón se presenta como composiciones terminadas, no deja de aspirar a las formas libres o incluso la improvisación como referencia estructural. Pero lo que muchos dejan pasar al pensar en la improvisación, es que esta funciona únicamente si se recurre a elementos formales que le dan cohesión.

 

  1. La música fílmica se compone de temas a voluntad. Dentro de todas las formas musicales la música fílmica parecería la más libre, pues su configuración no responde a las convenciones de forma de concierto, sino a la narrativa del producto audiovisual. Es justo este reto el que obliga al compositor fílmico a una responsabilidad extrema en su dominio del material con el que trabaja. Con saltos artificiales de tempos y tonalidades, texturas y timbres, las herramientas del compositor deben estar pulidas al máximo para conservar la claridad temática.

 

 

Sé que mi apreciación general no impacta positivamente el material de Salomón. No obstante, quiero despedirme reiterando mi pensamiento de apertura: la ambición de la tarea inicial era enorme. Y es fácil (¡muy fácil, dado el reto!) que las dificultades, de un compositor en ciernes, se magnifiquen. Este es el primer álbum del autor, quien tiene una larga carrera como intérprete, con propuestas de concierto interesantes, que busca la innovación de mercado, y el crecimiento a través de explorar más áreas de la música, como la producción, y dirección musical. Esperemos que en los próximos materiales sus herramientas de composición crezcan y se vean magnificadas, en lugar de estorbadas por sus otras virtudes; y podamos así contar con un material muy refrescante en el panorama nacional, que obviamente es la intención de la búsqueda artística de Roberto Salomón, la cual aplaudo.