Mismo repertorio, otras dimensiones | Sobre conciertos de Wynton Marsalis y la Jazz at Lincoln Center Orchestra en México

Por: Estefanía Romero 

La Jazz at Lincoln Center Orchestra con Wynton Marsalis dio conciertos con el mismo repertorio, pero, como en el jazz se dicta, estos fueron exageradamente distintos entre sí. Fui testigo de su desenvolvimiento en la Alhóndiga de Granaditas y, un par de días después, en el Auditorio Nacional, gracias al Festival Internacional Cervantino. El sonido vive conforme a los estados de ánimo, las condiciones, lo cual lleva a que las improvisaciones sean guiadas por motivos distintos. Así, viví dos grandes conciertos, de los cuales comento enseguida.

El primer tema fue uno de los movimientos de la “Vitoria Suite”, de Wynton Marsalis. La grabación original de esta obra, según el mismo Marsalis, se integra por un blues de base, pero tiene puntos de encuentro con otras culturas, como la música euskera autóctona, o el flamenco español. Y sí, los elementos que Paco de Lucía le incorporó en su momento, nos permiten encontrarnos con una música original. En contraste, las recientes presentaciones en vivo de una parte de la citada pieza se limitaron a ser abordadas únicamente desde el jazz, dejando de lado gran parte del contenido que le da la cualidad de excepcional. Sin embargo, el riff melódico que utilizaron como protagonista fue sumamente pegajoso y funcionó para conectar con la audiencia.

 

Jazz at Lincoln Center Orchestra con Wynton Marsalis, en la Alhóndiga de Granaditas. Aniversario 50 del Festival Internacional Cervantino #50FIC

 

Enseguida tocaron “The Crave”, de Jelly Roll Morton, “un hombre con tradición, único y singular”, le llamaron. Esta pieza fue arreglada por Carlos Henriquez, en un gesto simbólico (dado el nombre latino de este neoyorquino), pues Roll Morton fue de los principales defensores de que la música latina dotaba de un ingrediente especial a la primera forma de jazz: el de Nueva Orleans.

Interpretaron “Stuffy Turkey”, de Thelonius Monk, arreglado por el saxofonista Victor Goinez. Aquí la observación es clara. Monk fue uno de los rostros del jazz moderno, también llamado bebop. Sin embargo, la Jazz at Lincoln Center Orchestra, aunque navegue por diversos géneros, tiende y ha declarado su fuerte inclinación al jazz tradicional, aquel que precedió el bebop. Entonces, en esta pieza nos encontramos un bebop que suena “ajustado”, casi tendiente a lo que Duke Ellington hubiera desarrollado en su orquesta. La nota anterior la tomé durante el primer concierto, por lo cual agregaré un comentario que Wynton hizo en el Auditorio Nacional, y que le da todo el sentido a mi observación; el trompetista enunció: “Nuestra orquesta fue fundada con los miembros sobrevivientes de la orquesta de Duke Ellington de 1955 a 1974”.

Para la misma pieza, el solo de Kenny Rampton en la Alhóndiga es uno de los despliegues de jazz más creativos que he llegado a escuchar de un trompetista de nuestros tiempos. Hizo un call and response con su mismo instrumento, recreando una especie de monólogo en el que un actor se contesta a sí mismo con varias voces. Usó la sordina sin intentar parecerse a Miles Davis, porque es posible tener una personalidad propia, lejos de los ídolos. Además, Rampton retomó la vieja tradición de imitar sonidos de animales con su instrumento, tan utilizada en las primeras grabaciones de Dixieland. Dicho solo fue muy distinto al del Auditorio Nacional, que también tuvo su gracia. Más aún, el saxofonista Paul Nedzela, con sus solos de impecabilidad técnica, sigue siendo un gran músico, pero cuya personalidad musical aparenta ser la menos expresiva de la orquesta.

 

Solo de Kenny Rampton, con la .Jazz at Lincoln Center Orchestra y Wynton Marsalis, en el Auditorio Nacional. Aniversario 50 del Festival Internacional Cervantino #50FIC

 

Tocaron “The Moontrane”, que Woody Shaw escribió a sus 17 o 18 años, con arreglo de Victor Goinez. Como comentó el mismo Marsalis, esta pieza tiene una “armonía muy compleja”, y se lució con la interpretación de Alexa Tarantino al frente de la orquesta, quien desarrolló figuras creativas, muy claras, que representaban una especie de búsqueda. Tras esta misma, el solo de trombón de Vincent Gardner en la Alhóndiga fue más rítmico que melódico, mientras que en el Auditorio fue mucho más como una melodía interpelando el límite justo entre lo atractivo del hardbop y lo disímil del free jazz, sostenido en un sentido de orden gracias a la melodía de contrabajo que dictó Henriquez durante ese momento; con ello, ejemplificaron una vez más cómo se establece una comunicación clara e interesante entre instrumentos.

Lo más “relajante” de la velada fue “Big Fat Alice’s Blues”, un blues de Duke Ellington. Aquí debo comentar que, si yo me hubiera quedado con la perspectiva de lo que escuché en la Alhóndiga, la hubiera calificado como plana y aburrida, como una muy larga interpretación de una pieza hecha con flojera. Sin embargo, al escuchar el mismo fragmento del repertorio en Auditorio Nacional, fue notable la diferencia que hacen el trabajo y las condiciones de la sonorización. En este segundo espacio se percibían todos los detalles, inflexiones, intenciones del instrumento, donde cada movimiento tenía algo profundo que expresar. Cabe mencionar que es muy difícil tocar una pieza lenta y darle las dimensiones que esta amerita sin echarla a perder con distracciones, en eso tuvo un gran logro el desempeño del gran Sherman Irby, quien desde los 12 años ha dedicado su vida al jazz y las formas musicales que rodean su tradición.

Continuaron con “Man from Tanganyika”, de McCoy Tyner, tan exótica como la época en la que fue compuesta: los años 60, cuando estuvo en boga el hardbop (un jazz moderno rápido, todavía nervioso, pero mucho más melódico), que en muchas ocasiones se caracterizó por adoptar ciertos tintes de músicas de otras culturas. Para este punto, la Jazz at Lincoln Orchestra optó por brochazos de latín jazz, y emprendió un desfile de solos. Durante todo el concierto nos topamos con la elegancia de una música que, a pesar de tener momentos cargados, no necesita gritar. Quizás en Auditorio Nacional sólo hubo un par de desajustes en la microfonía durante el tema citado, donde se llegaron a disparar una trompeta y la batería; como público, es bueno saber cuando algo no debe pasar en un concierto. Si te lastiman los oídos es porque algo está fuera de lugar. No obstante, el baterista Obed Calvaire se lució con un tipo de solo que nadie hubiese esperado en la audiencia, haciendo alusión a la forma original de la grabación de “Man from Tanganyika” de Tyner, donde en efecto encontramos un gran solo de batería, pero en una inmersión en absoluto distinta a la que Calvaire logró desarrollar. En la base, este colocó una repetición de platillo sobre la que elaboró distintos patrones creativos, un mago del ritmo con una musicalidad casi melódica.

Para este punto, en ambos conciertos me emocionó encontrarme con un pensamiento clave: esto es jazz, pero hay un rompimiento fuerte con los clichés: el contrabajo no hace diez mil walkings, ni los saxofones se desviven por sonar a Charlie Parker. Ese es el verdadero trabajo de un jazzista: conocer la armonía y trabajar sobre ella, en vez de repetir patrones.

También se internaron en “Cherokee”, standard escrito por Ray Noble en los años 30, con un solo virtuoso y muy bello de Marsalis, pues se desplazó con rapidez, libertad y gracia entre ritmos, dinámicas, timbres, tesituras y ornamentos. Nueva Orleans por completo, siempre con un sentido de coherencia entre él y el ensamble. En la Alhóndiga, en esta interpretación también se dio un momento sensitivo espectacular, en que el sonido del mismo Marsalis parecía ser un personaje que invitaba a su orquesta a que le persiguiera, y esta respondió al llamado. Si tú, querido lector, viste caricaturas clásicas, creo que sabrás a qué me refiero.

 

 

La penúltima exposición fue de “Conglomerate”, escrita por Chris Chrenshaw. Si bien, optaron por fragmentarse para actuar por duetos, o en trío, en diferentes momentos del concierto, en esta pieza, la decisión fue más contundente. En dichos formatos el sonido también fue basto y colmado de intenciones, lo cual simuló la riqueza de un gran ensamble.

Para cerrar la noche, Julian Lee, el elemento más joven de la orquesta se tornó al frente para interpretar un bebop, también bastante más ahormado hacia el sonido Nueva Orleans.

Entre lo que más llamó mi atención del estilo de esta orquesta, en general, fueron los tremendos arreglos, que articularon transiciones sin silencios. Cada paso de una parte de la forma hacia otra se hizo con algún sonido, dando una sensación muy especial de unidad, de trazo musical. Se sintió en todo momento que todos, a pesar de sus diferencias, siempre se dirigían hacia el mismo lugar; si había gravedad, de alguna manera todos caían juntos, sin perder las características de sus propios sonidos; y así, del mismo modo, si decidían irse en crescendo, o hacia un lado u otro.

A diferencia de otras orquestas o grandes ensambles, aquí todos los instrumentos fueron aprovechados; además que todos protagonizaron un solo en algún momento. Más aún, Es importante agregar que los soli son ciertamente partes climáticas de un concierto de orquesta; y la Jazz at Lincoln Center sabe ahorrar sus momentos, usarlos en la medida correcta (otros proyectos abusan tanto de dicho recurso que los soli llegan a perder la gracia, no se puede gritar todo el tiempo), además de estar perfectamente articulados en tiempo y forma, por lo que se sintieron como inyecciones de morfina en cada proyección.

 

Jazz at Lincoln Center Orchestra con Wynton Marsalis, en la Alhóndiga de Granaditas. Aniversario 50 del Festival Internacional Cervantino #50FIC

 

Sí hubo un cambio general entre el concierto de la Alhóndiga de Granaditas en Guanajuato y el del Auditorio Nacional. Me atrevo a pensar que, para este segundo concierto, todos los miembros estaban mucho más descansados y con más energía. Si bien, ambos eventos fueron fantásticos, el segundo tuvo un poco más de efusividad; además que la acústica de un espacio cerrado ayuda necesariamente a las condiciones generales del sonido que percibimos. En la Alhóndiga se hizo el mejor esfuerzo por lograr un gran concierto, pero los armónicos que tanta vida dan a la música, fueron más nítidos en la sonorización enfocada por las paredes del auditorio.

En fin, presenciar conciertos de este nivel, con músicos que conocen la tradición desde sus padres y su cultura misma, nos permite comprender por qué el jazz puede ser tan complejo y así de sublime. ¿Tú fuiste a alguno de estos conciertos? ¿Qué te gustó más? ¡Te invito a comentar!